Había llegado a perder la noción del tiempo, no sabía cuánto tiempo llevaba allí, en mitad de una de las calles menos transitadas, esperando. La mujer, de brazos cruzados ante su pecho, se entretenía dando suaves patadas a alguna piedra aquí y allá de malas maneras, no tenía demasiada paciencia.
Sus ropas hablaban por ella y gritaban qué clase de oficio y compañías frecuentaba, aunque no estaba entre mancebas del lugar más descocadas. Portaba un sencillo vestido de un color granate a juego con sus carnosos labios, mas su falda besaba el suelo junto a sus pies, odiaba aquellos trajes que mostraban las piernas, para recrearse en esa visión un hombre debía pagar por ello. Sobre sus hombros caía una capa de lana oscura para salvarla del frío invernal, aunque sin perder ese aire coqueto y, sobre todo, seductor.
Los minutos pasaban, y ella seguía esperando. En el burdel le habían dado el recado de esperar allí a alguien, no le habían dado detalles pero sabían que esa persona la reconocería, y la propia Nealie a él. Un asesino, algún encargo. Pero ella sólo era un peón, una pieza más en ese inmenso tablero. Sólo podía esperar.